domingo, 4 de octubre de 2009

Accidente

Veo una gota que se desliza por una hoja de pasto alargada. Puedo olerla. El olor está en la boca, pero ya no es boca. Siento calor en las piernas pero suena en los dedos de mis pies. Oigo los dedos de mis pies. El sonido caliente sube por mi columna hasta los ojos. Vuelvo a ver lejos, a través del pasto. Cerca del auto con las ruedas hacia arriba: una mujer en carne viva. La veo vertical pero está acostada. No sé si la veo. Escucho el silencio de su cuerpo reptando por la tierra fina como talco. Escucho su boca con mis dedos. Huelo su cerebro. Intento recordar quién es, pero recordar es algo sólido. Es una pared de piedra con letras amarillas. No entiendo el idioma pero comprendo la textura de la pintura en la piedra. Me siento bien pero no sé qué es bien. Ella está sola, tendida en la tierra fina. Su piel roza la tierra, me levanto en remolinos y le espeso las lágrimas. Ahora sangre y nafta arden en mis oídos. El ardor de las palabras es áspero. Trago y descubro el placer de la acidez en mi estómago. Sin embargo no tengo estómago. Es solo una bola de gas tibio en el ombligo.
¿Cómo llega la gente a los accidentes? La pregunta aparece escrita, cincelada por dentro, en la esfera de mi cráneo.
Mis brazos son fluorescentes. Soy gente y un perro viejo observando la escena.
Tengo la saliva espesa, oigo latidos suaves y el lento fluir del líquido. De pronto dejo de oír y de percibir el sabor de la tierra. Estoy en un hombre con camisa roja. Me pica un ojo y me froto con el dedo sucio. Siento la savia correr por mis ramas. Desde el árbol la vida transcurre muy lentamente. En comparación la gente parece moverse en cámara rápida. Casi no alcanzo a verlos, son rayos de luz. Luego, en la anciana, hago un gesto casi de espanto. Me duele la espalda, vuelo y percibo el color de las flores. Soy tan liviano y es tan dulce el olor que entra por mis antenas. Ahora, en ese chico, siento el frío del metal del manubrio, la aspereza del óxido en la piel. Me chorrea la nariz. Paso el dorso de mi mano para que los mocos líquidos se peguen a ella. Luego se van endureciendo como mi sangre. El olor de la sangre en la nariz, que es mía pero no puedo tocar. Vuelvo a alejarme de este cuerpo que se enfría lentamente. Tengo sed. Una pantalla enorme muestra el mundo visto por miradas ajenas. Pienso en las moscas, en sus ojos. No tengo párpados. Puedo oler la carne con los vellos de mis manos. ¿Cómo llegan las moscas a los accidentes?
La mujer tiene miedo de estar muy grave. Soy la viejita y la tranquilizo diciéndole que no esta tan mal. Ella no nos cree. Dice: “no me mientan, miren esto” y nos muestra sus raspones, su carne viva, su sangre. Soy aquel hombre y pienso que tan mal no está, que se ve que no tiene huesos rotos porque puede revolcarse y hablar y mostrar sus heridas. Lo pienso pero no se lo digo. Se lo digo desde el niño que sostiene su bici. Le digo que no tiene huesos rotos, y que eso ya es bastante. En un viejito muy arrugado me duelen los huesos y tengo ganas de volver a casa. Pienso que si la mujer se sigue revolcando se le van a infectar las heridas. Pienso, pero no se lo digo.
Mis patas se adhieren al tronco del árbol. Subo, veloz, buscando hojas tiernas. En el árbol no siento las hormigas caminar por mi corteza. El cosquilleo no es por sus patas. El cosquilleo ahora es mío. Creo que es mío.
Vuelvo a pensar desde la gente que mira fijamente a la mujer. Pienso en cosas distintas desde cada uno: está linda la rubia iba sola en el pelo tierra oreja sangrando se le ve la bombacha apurada ésta gente habrá plata en el auto charcos de nafta pobre mujer vendrá la ambulancia que buenas tetas a veces explotan. No me veo detrás de los arbustos. No me veo desde ninguna de esas miradas. Solo pensamos en esa mujer lastimada. Pensamos, pero ya no le decimos nada.
Vuelo en cada una de las doce moscas alrededor de un trozo de carne fresca. Me poso y desovo. Es placentero desovar.
Vuelvo a las miradas. El espectáculo sigue siendo entretenido. Me expando y vibro. Siento el cosquilleo de la electricidad. Soy electricidad y mi energía toca los árboles, el perro, la gente. Siento que me despido, pero despedirse es moléculas que se rechazan, otras que se atraen. No sé qué es una molécula. Veo que ella intenta sentarse y desde una mujer le pido que no se mueva. Veo que sus ojos intentan recordar. Su rayo me toca los oídos. No puede verme entre los arbustos. Murmura mi nombre. Lo reconozco entre cientos de miles de nombres de cosas que suben como los títulos de una película. Antes de llegar a la palabra “Fin” logro latir un instante en su cuello.

Para ver la tapa del libro dónde publiqué éste cuento y un comentario de Liliana Díaz Mindurry, clic aquí: 
http://humbertomeoli.blogspot.com/2010/09/trabalenguas.html

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jueves, 1 de octubre de 2009

Trabalenguas

Ayer se murió el padre de Daniel, el chico con el que juego a la pelota y a otras cosas como las figuritas y a hacernos tatuajes con unos papelitos que se mojan y se queda el dibujo pegado en la cara, los brazos y otras partes del cuerpo.
Yo me di cuenta porque cuando estábamos jugando con los autitos que le habían regalado a Daniel para el cumpleaños, sonó el teléfono y atendió la madre de Daniel, porque era la casa de Daniel, y ni bien dijo “hola”, ya se le puso la cara blanca y le empezó a temblar la mano con la que sostenía el tubo. La otra no sé porque no se la miré, era tanto lo que le temblaba la del teléfono que era impresionante. Ella trataba de disimular pero no le salía: me miraba a mí y lo miraba a Daniel, me miraba a mí y después a Daniel, y así como diez veces hasta que dijo espere un momentito y fue a buscar papel y una birome para anotar una dirección que le dictaron.
Cuando cortó, Daniel la miró tan fijo que parecía que quería hipnotizarla. La madre lo miraba como dejándose hipnotizar, hasta que se aburrieron y empezaron a mirarme a mí. Daniel también se debe haber dado cuenta ahí porque salió corriendo y se metió en el baño o en el cuarto de él o en el de la madre. No sé por qué yo me distraje con la lástima que me daba la madre de Daniel, que seguramente querría mucho a su marido que se acababa de morir.
Enseguida pensé que lo mejor para aliviar a la pobre señora era darle el sentido pésame, pero no me animé porque no estaba seguro de lo que había que decir, si bastaba con decir pésame señora o si había que agregar algo más.
Al ratito de estar ahí sin hacer nada mas que respirar y mirar otra y otra vez las cosas que había sobre la mesa, la madre de Daniel se fue para adentro, seguro que para consolarlo a Daniel y darle el sentido pésame, porque después de todo era él el que se había quedado sin padre.
Ni bien se fue se le frustraron los planes porque sonó el timbre y tuvo que volver a abrirle la puerta a mi abuela que me había venido a buscar.
Mientras se saludaban se dijeron cosas como “que espanto”, “que tragedia” y otras por el estilo, y mi abuela ya me empezaba a dar empujoncitos para que nos fuéramos.
Yo entendí que lo más conveniente era dejarlos y en paz con su tristeza, pero por lo menos quería saludarlo a Daniel y decirle que no se hiciera mucha mala sangre y otras cosas muy distintas a dar el pésame, porque nosotros nos tenemos mucha confianza para decirnos mejores cosas que pésame y todo eso. No había caso: la abuela dale que dale con el empujoncito y el bueno vamos querido sin parar un minuto. Al final me quedé sin saludarlo y nos fuimos caminando muy despacio por la vereda cubierta de hojas, porque mi abuela es medio paralítica y si caminamos rápido se cae. Ella dice que no es medio paralítica y que tiene venas dolorosas en las piernas pero yo no veo ninguna diferencia entre tener que caminar así por las venas y ser medio paralítico.
Yo no entiendo bien a mi abuela, siempre que pasamos por el quiosquito yo le pido que me compre chocolatines y algunos tatuajes para ponernos con Daniel y ella siempre con que después no comés la comida y que esas porquerías te hacen mal y que te ensucias todo con los tatuajes y otras cosas así, y ayer, sin que le dijera nada, me compr.o un aero de los grandes y hasta como cinco tatuajes cuando le hice acordar.
Cuando llegamos a casa, que a pesar del paso de tortuga fue bastante rápido porque son nada más que dos cuadras, me comí el aero y me puse un tatuaje del increíble julc en la cara. Yo me quería poner otro de un monstruo abominable pero mi abuela me dijo que no porque igual me los iba a tener que sacar para ir al velorio y además la tranquilicé con la noticia de que salen con agua y jabón y que no son indelebles como ella pensaba.
Después me obligó a sentarme con ella y se puso a hablar como siempre de dios y de las vírgenes y la iglesia y otras cosas que ella cree que escucho, y en realidad, mientras ella habla de esas cosas aburridísimas yo hago trabalenguas mentalmente. Esta vez me parece que habló más que nunca porque yo me cansé de repetir el de pablito clavó un clavito que clavito clavo pablito y seguí con maria chucena techaba su choza y hasta llegué a tres tigres comen trigo y ella seguía hablando y me acariciaba la cabeza convencidísima de que yo la estaba escuchando.
Esto de decir trabalenguas con la cabeza es bárbaro porque como el cerebro no tiene lengua siempre salen enteritos sin ninguna equivocación.
Al ratito nomás ya había oscurecido. Mi abuela me limpió el tatuaje y me hizo poner una camisa que nunca uso porque es para fiestas importantes como un casamiento o una primera comunión, con la corbata escocesa que a mí nunca me gustó y siempre me tengo que poner con esa camisa, porque es la única que tengo y las de mi papá me quedan tan largas que quedo ridículo.
Yo realmente no sabía que los velorios eran fiestas tan importantes como los casamientos por eso protesté un poco para ponerme esa ropa tan incomoda que hay que cuidarla tanto porque es carísima, pero al final entendí y me la puse sin decir una sola palabra.
Mientras mi abuela se cambiaba, yo guardé los cuatro tatuajes que me quedaban en una cajita de plástico de ésas donde vienen los caset y la envolví con bastante papel de diario. Después la guardé en el bolsillo del saco para llevársela a Daniel para que se le vaya un poco la tristeza y la amargura que seguro le iba a dar el velorio de su papá.
Cuando mi abuela me vio el bolsillo abultado me dijo que sacara lo que tenía adentro porque se me iba a deformar el saco. Yo le expliqué que era un regalo para Daniel pero ella me dijo que mejor lo dejara en casa y se lo daba mañana porque no era un lugar propicio para hacer regalos y además iba a arruinar la ropa. Yo lo dejé en el cajón de mi mesa de luz porque no tenía ganas de discutir, sobre todo por los ojos raros de tristeza que tenía mi abuela.
Salimos caminando despacio (como siempre) hasta la esquina. Mi abuela paró un taxi falcon y subimos. En el viaje me tuve que poner otra vez a hacer trabalenguas mentales porque la abuela, ni bien puso el culo en el asiento, se puso a hablar de nuevo de los santos  y de la hostia y cuanta pavada más.
El viaje, por desgracia, fue muy cortito. Conté nada más que veintidós fiat y quince renó. Siempre gana fiat, y eso que a veces hago un poco de trampa haciéndome el distraído con alguno que otro y dejándolo pasar sin contarlo para que gane el pobre renó, pero igual no hay caso: fiat siempre va a ser campeón por más bombero que yo sea.
El taxi paró frente a una puerta de vidrio iluminada. Adentro se veía una mujer que atendía a la gente y anotaba cosas en un papelito amarillo. Contra las paredes había apoyados como unos aros grandes repletos de flores bastante feas que parecían artificiales.
Empujé la puerta y entramos.
La mujer que atendía no dijo ni buenas noches, ni que tal como les va, ni nada de eso. Nos miró seria y anotó algo en el papelito amarillo con una de esas lapiceras nuevas que no son ni birome ni fuente pero que tienen tinta y bolilla como las biromes. Ahí me di cuenta que las flores eran de verdad por el olor tan fuerte que tenían, y me parece que algunas estaban medio podridas porque el perfume no era tan rico como el de las flores normales que siempre huelo en la esquina del colegio antes de que me eche el florista.
La abuela me agarró del hombro y me hizo entrar hablando de nuevo de la virgen y de maria chucena techaba su choza y un techador que por allí pasaba le dijo que techas chucena techas tu choza o techas la ajena. Yo me quedé mirando una especie de alcancía muy grande que tenía una pila de tarjetas, mientras la abuela se iba para un costado que desde donde yo estaba no se podía ver. Las tarjetas decían algo de sepelios no sé cuanto y tenían una dirección y un teléfono para llamar si se muere algún conocido de uno.
Yo no sé porqué fuimos tan temprano porque todavía no había llegado nadie salvo dos señores que conversaban a un costado de la puerta y fumaban cigarrillos tan fuertes que me parece que eran negros. En eso volvió la abuela y yo aproveché para preguntarle a que hora empezaba el velorio porque ya me estaba aburriendo. La abuela no me contestó. Sonrió haciendo una mueca que le marcó más las arrugas que tiene, me acarició la cabeza y me dijo que fuera allá donde ella había estado porque tenía que despedirme y que dios y que el cielo y los tres tigres que comen trigo en tres platos de trigo. Yo le pregunté si ahí estaba el muerto, ella me dijo que sí, entonces le dije que los muertos no escuchan si uno les dice hasta luego porque están muertos y además no contestan para nada. Eso se lo dije medio en chiste como para salir del paso porque en realidad no me causa nada de gracia ver a un muerto, sobre todo si es tan conocido y hace poquito lo vi tomando café y fumando un cigarrillo no tan fuerte porque fumaba rubios. La abuela me dijo que bueno está bien y me hizo sentar en un sillón enorme de cuero marrón que me parece que era de plástico porque tenía olor a plástico.
Mi abuela se sentó en otro sillón igual que estaba frente al mío, pero un poco roto en los costados donde se apoyan los brazos. Yo la miré un rato largo y se me ocurrió, no se porqué, que mi mamá debe haber tenido la cara parecida.
Justito cuando me estaba empezando a aburrir de nuevo porque se me había acabado el pensamiento llegó Daniel con la madre. Yo ya me había olvidado de ellos, pero pensándolo bien me parece muy mal que no hayan estado todo el tiempo con su muerto por si resucita y no conoce a nadie, porque no me acuerdo quien me dijo que los velorios se hacen justamente por las dudas de que el muerto no esté muerto y se halle en estado de pataleta... o canaleta..., no me acuerdo, pero esa no era la palabra.
Daniel estaba muy raro. Seguramente muy emocionado por la muerte de su papá se había puesto así. Me miraba como si nunca le hubiese pateado un penal en la plaza almagro. Yo lo iba a saludar como siempre y le iba a contar que tenía un regalo envuelto en papel de diario para él, pero al verlo así me dio no sé qué y pensé que ojalá la muerte de su papá no lo deje así para siempre porque yo no voy a querer ser amigo de un desconocido.
Mientras la madre de Daniel hablaba en secreto con mi abuela y me acariciaba de cuando en cuando la cabeza, Daniel le tironeaba un brazo para que fueran a ver al muerto, o sea a su papá. La madre de Daniel al final aceptó porque se cansó de que la tironearan tanto y no porque quisiera verlo a su propio marido –que tanto había querido- en ese estado tan calamitoso en que se encuentran todos los muertos, sobre todo los de accidente..., que se les rompen las piernas y pierden los zapatos. Ahí me dieron ganas de preguntarle a la madre si el muerto había chocado con el auto, porque como no estaba enfermo para nada, si no fue un accidente tiene que haber tenido un infarto repentino.
No pude preguntar nada porque se fueron a ese lugar iluminado y me dejaron con mi abuela acariciándome los rulos.
Daniel, que tanto había hinchado para verlo muerto al papá, ni bien lo vio se volvió rápido hasta donde estábamos como si nos viniera a decir algo.
A esta altura ya había mucha gente que yo no conocía pero que me parecía haber visto en alguna parte o en una fotografía.
Justito cuando le iba a preguntar a Daniel como lo había visto al padre, llegó el hermano de mi papá, que es mi tío. Me miró, me agarró del hombro muy fuerte y me apretó contra él. Mi abuela le dio la mano y le dijo algo tan despacio que no pude llegar a entender. Después se fue caminando despacio al lugar iluminado donde estaba la madre de Daniel, el muerto, y otra gente más.
Cuando lo miraba caminar pensé que era una macana que mi papá no hubiera podido venir porque le hubiera gustado mucho ver en el cajón al amigo con el que tantas veces había jugado a las cartas de noche como hasta las tres de la mañana.
De repente vi a un tipo que era un conocido de mi papá, que una vez había traído al hijo a mi casa que tenía mi misma edad pero medio atrasado mental... y además era idiota porque me rompió el camión de bomberos con sirena y todo que me había regalado mi papá para reyes diciéndome que se lo había dado Melchor en la esquina. Menos mal que no lo trajo acá porque seguro que se iba a pasar el tiempo hablando de estupideces como el tamaño de las milanesas que había comido y de su maestra y otras cosas mas, siempre en el oído, en secreto, como si fuera lo mas importante del mundo. Aunque después de todo no sé si hubiera sido preferible... porque a partir de ese momento pareció que todo el mundo se hubiese puesto de acuerdo para hablar de las mismas cosas que se pasó hablando mi abuela. Si, enseguida se acercó un amigo de mi papá a hablarme de Dios y de que yo era un hombrecito y maría chucena techaba su choza y un techador que por allí pasaba le dijo: ¿qué techas chucena? Y en seguidita vino el hermano de mi papá, que es mi tío, a decirme exactamente lo mismo: que yo era grandecito y que me estaba portando muy bien y compré pocas copas como pocas copas compré pocas copas pagué. Entonces me fui a un rincón, agarré un pilón de las tarjetas de la funeraria, y me puse a jugar a la tapadita contra la única pared donde más o menos se podía, porque el lugar ya estaba bastante lleno de gente que hablaba muy bajito y que salía y entraba como si fuera un banco o alguna oficina importante que a veces fui con mi papá a llevar papeles y otras veces plata. Y también estaba un señor que me parece que era de la oficina de mi papá y que por supuesto me vino a hablar de todos los santos y me empezó a acariciar la cabeza dale que dale y no me dejaba tirar la tarjeta que casi seguro alguna iba a tapar porque ya estaba el piso repleto y tantas ganas tenía de tirarla y el hombre que no me dejaba que, no sé porqué, me puse nervioso, tan nervioso, que me puse a llorar y todos me empezaron a mirar con cara de idiotas como si yo fuera un bicho raro. Hasta Daniel me miraba con cara de idiota mientras la madre le decía que viniera conmigo y lo empujaba para que se acercaba. Menos mal que no vino el tarado porque si venía lo primero que iba hacer era pegarle una trompada en la cara como me enseñó mi papá cuando jugamos a los boxeadores. Todo esto me ponía tan pero tan nervioso que me puse a gritar y a tirar tarjetas al aire y a alguno de los amigos de mi papá les pegué un tarjetazo en la cara y en las piernas, que duele menos porque hay pantalón. En medio de la tarjeteada vino mi abuela que también se había puesto muy nerviosa con toda razón porque hay que ser superman para aguantar tanta gente que se pone de acuerdo para decir pavadas, y empezó con que si yo quería ver al muerto, que era mejor, y discutía con la madre de Daniel, que es mejor que lo vea y la madre con que no quiere, y que sí, y que no, y llevémoslo a la casa y bueno está bien.
Por suerte nos fuimos.
Salimos la madre de Daniel, Daniel, mi abuela y yo con un montón de colados que aprovechaban para irse disimuladamente en el montón. Mi abuela paró un taxi peugeot y el taxista no dejó subir a todos porque no había lugar. Subimos nada mas que la madre de Daniel, mi abuela, Daniel –que se sentó adelante porque yo no quería ni verlo- y yo. En el viaje me olvidé de contar los renó y conté nada mas que los fiat. No sé porqué me parece que esta vez hubiera ganado renó.
Después de treinta y ocho fiat llegamos a mi casa y nos bajamos y yo estaba que lloraba que no lloraba, y ahí fue cuando le pegué una terrible patada en el tobillo a Daniel que se había acercado de tanto que le insistió la madre y después rompí a propósito la lámpara esa que algún día se tenía que romper porque ya se había caído como treinta veces. Después de eso me llevaron a mi pieza donde estoy ahora recién despierto porque ésto pasó anoche tardísimo casi casi cuando estaba por salir el sol, y ahora me voy a levantar de esta cama a cerrar la puerta con llave y mejor que se dejen de golpear porque no les pienso abrir a ver si me quieren dar otra inyección como anoche que lo único que me dolió fue el pinchazo y yo grité todo el tiempo para que se creyeran que me dolía el líquido. Y ahora que pararon de golpear voy a agarrar la cajita con los tatuajes y los voy a romper uno por uno en pedacitos chiquitos chiquitos, porque ni se los pienso regalar al idiota de Daniel que me vino a decir que mi papá está en ese lugar iluminado, la misma pavada que dijo mi abuela y los amigos de mi papá que no se dan cuenta que el que está ahí es el padre de Daniel porque mi papá está en el sanatorio en la pieza con número capicúa y va a venir dentro de un ratito a ayudarme a armar una máquina con el rasti porque él es ingeniero y sabe armar máquinas de verdad que hacen tanto ruido que hay que ponerse algodones en los oídos para ir a verlas. Y ahora mi abuela empieza otra vez con los golpes en la puerta mientras el piso se va llenando de papelitos rojos, amarillos y verdes de los tatuajes.... y ¡otra vez con mi papá! ¿no se dan cuenta de que va a venir dentro de un ratito porque lo extraño y me prometió que íbamos a ir a la cancha porque ya está mejor y no se le hinchan las manos y la cara por el riñón?. Y mejor que se apure porque sino le voy a pegar una patada como la que le pegué a Daniel pero mucho mas fuerte porque a él le duelen menos los golpes porque es mas grande y ¡no, no quiero helado ni nada! Me voy a quedar acá hasta que llegue mi papá y lo voy a abrazar fuerte porque lo quiero mucho y no te voy a escuchar más a vos ni a Daniel que no soy mas tu amigo y rompí los tatuajes en mil pedazos... y ahora mismo me voy a vestir con ropa de ir a la cancha y vos no hables mas con esa voz de abuela vieja y fea porque no te voy a escuchar mas porque no soy ningún hombrecito que se tiene que portar bien porque acá el único que me dice que me porte bien es mi papá y mejor que te apures en venir porque sino cuando boxeemos te voy a reventar la cara a trompadas... y yo no tengo que entender nada de nada y ya me tienen podrido con tantas idioteces así que van a parar de hablar porque voy a romper ya toda la casa y la choza que techaba maría chucena y un techador que por allí pasaba le dijo.

lunes, 25 de mayo de 2009

Línea M

Subte eme.
Línea para suicidas.
La gente estaba cansada de suspensiones.
La mampara que sólo se abre cuando el tren para en la estación
no resultó.
Por eso
creamos la línea eme.
Solo pasa un vagón
vacío
sin luces en el interior
para que el público pueda arrojarse sin molestar a nadie.
El vagón hace un circuito.
En cada barrio una estación.
Pequeña,
disimulada.
Evitamos la apología.
Una entrada más chica que la de líneas comunes.
Solo una M color negro
sin escalera mecánica.
La entrada es también apropiada
para pungas.
Ellos no serán detenidos ni juzgados.
Robarle a quien va a perder todo
no es delito.
Subte eme.
Contamos con un equipo experimentado
que mantiene las vías y andenes
libres de huesos
y vísceras.
Luego de cada tren
los hombres trabajan
limpiando
eso
que el usuario deja.

viernes, 22 de mayo de 2009

Cucarachas

Personajes:
• Ella
• El
• Otro


Ella: Me arranco la piel, capa por capa. Aplasto cucarachas con medias de lana.
El: Mis rodillas se rompen: cucarachas (pausa). Olor a bebé. Ruido de bebé cucaracha.
Ella: Estamos contra la pared.
El: Escuchamos.
Ella: Estoy en las rajaduras de mi espejo.
El: Estás en la letrina de mis años.
Otro: De mis baños.
El: De mis años.
Otro: Bueh, por esta vez pasa.
El: Apenas soy entre el polvo.
Ella: Te ilumino siempre y sin embargo te vas. Te escribo lejos, arruga lombriz. Te quiero, pelo, en el espejo. Amarte y envolverte. Guardarte en mi manga. Con las llamas de mis dedos te encuentro, sinuoso, en mi cara. Te doblo y te pongo ahí, entre todos los polvos. En lo negro de mi olor.
Otro: Ahora... el la busca a ella. La busca, la busca y no la busca. ¿Está claro?
El: Te tengo, muñeca. Y no.
Otro: Y... no.
Ella: Escribo: “cucaracha”, “insecto”, “amor”. Larvas de tinta que sigo escondiendo (pausa). Te respiro en mi luz, de este lado. (pausa) Pero ¿así? ¿Así te despertaste?. Tan ... tan...
El: El rezo de la luna. (pausa) No digo tantas pocas palabras. Entonces... te desenvuelvo.
Ella: ¿Y así quedaste? Tan llano y pegado a esta otra piel. Me lavo con clavos la cabeza y me pongo tu ausencia (luto blanco para dejarte).
El: No se que tengo que hacer. Tu nuca partida en mi cuello… y no me pasa nada. ¡Oh, la primavera! ¡Chuparte el cerebro como antes! (pausa). El gato se metió entre sus piernas. Atrevido. Si pudiera mirar como ustedes. De acá hasta ella. Cuenta regresiva. Pasos cucarachas hacia la luz. Otra vez estas ganas tremendas de cagar. De cagarnos. Buenas noches culo de cabeza.
Ella: Entonces, te reemplazo por este recuerdo. Este recuerdo inmaculado.
El: ¿Donde los pongo?. ¿dónde siento todos los terrores?
Otro: En un banquito.
Ella: Sombra que maúlla mi alarido.
El: Camino sobre el agua. Vuelo tan alto. Escupo sangre y me mojo los pies (efectos de la altura) Pero vuelvo a caer. No estás en ningún horizonte y sin embargo respiro tu sangre, lejos de los pies, en tus palanganas vacías de sol. ¿Donde desmenuzar el corazón? Picarlo en trozos pequeños, espesos, para barnizar tu reflejo.
Ella: Te levantaste tan... tan... pegajoso hoy. En las rajaduras de mi espalda.
El: Lloro tu rostro, tu olor. Te llevo, descuartizada, en mi estómago. Sos lo único que tengo y te encierro para tenerte lejos, mientras me iluminás allá, afuera. Caigo muerto sin que te enteres. En tu espejo no aparecen las noticias.
Otro: Y… no.
El: ¿A quien le hablas si no soy yo? Vomito lágrimas mientras me quemás. Me seguís quemando.
Otro: Volvemos al espejo.
El Siempre estuve acá, en ningún espejo. Cuento otra vez los pasos hasta mi. Mido los metros en años sangre. De acá hasta ella.
Ella: Me quemo, mariposa, en el fuego. Para no escucharte.
Otro: ¿Y entonces?
Ella: Me ahorco de blanco para no verte.
El: Pero... ¿yo no era yo? ¿Yo no tenía caminos sólidos, de cemento?
Otro: Si. Tenías… tenías.
El: ¿Por qué hay solo bordes? No hay que caminar por los bordes. De acá hasta ella.
Otro: Hojas secas, cucarachas.
El: Tanto dolor por vos: palangana. Atrapapies. Trampa de hojas.
Ella: Rezo de la luna: La virgen me miente. Sudor… en manos que nunca lamí.